Conjunto de huellas

sábado, 21 de junio de 2014

La tormenta me debía una calma




No sé por qué pero a altas horas de la madrugada, cuando media ciudad duerme y la otra mitad se emborracha de la noche, últimamente siempre me entran ganas de escribirte. Y no sólo eso. Describirte entre mis sábanas frías necesitadas de amor y dibujarte, entre suspiro y suspiro, con una sonrisa acostado a mi lado mientras me dedico a recitarte como el arte más bonito jamás descubierto. Como ves hay mil cosas que quiero hacer y hacerte, así conjugado en segunda persona, porque sólo cobran sentido si eres tú. Así conjugado porque es a ti. 

Pero aún no sé definirte. Se me ocurren tantos símiles que todos en fila llegarían a la Luna y vuelta, por muy hipérbole que parezca. Lo he intentado con su hermana gemela la metáfora pero la perfección de tus imperfecciones siempre me lleva a la paradoja. Tan contigo y tan sin ti que tampoco sé qué preposición utilizar. No nos hacen falta conjunciones que nos unan cuando pasas más tiempo en mi cabeza que el oxígeno en mis pulmones ni pronombres que intenten sustituirte porque eres único.
¿Y los signos de puntuación? Rezo para no encontrarme con ningún punto y final y así seguir disfrutando de los puntos suspensivos. 

Solía ser de las que pensaban que, en ocasiones, cuando más ajeno estás a todo, cuando menos esperas que ocurra algo que altere tu ordinaria y aburrida rutina, el destino decide jugarte una mala pasada y te golpea en la cara con un guante de hierro. Pero admito que contigo fue diferente. Al fin y al cabo, la tormenta  me debía una calma. Contigo aprendí que hay personas que son refugios, lugares donde puedes huir y no ser encontrado hasta que así lo decidas. Dudo si debería llamarte coincidencia, suerte o incluso casualidad. Pero de momento simplemente prefiero llamarte por tu nombre.

En noches reversibles como ésta en las que intento continuar escribiendo esta historia a medio empezar, me doy cuenta que eres la excepción que rompe todas mis normas, incluso las ortográficas. Y es que no hay sintaxis que valga cuando tu piel toca la mía deshaciendo cualquier orden, empezando por mi cama. Tampoco existe la gramática cuando decido "hamarte", con h, porque también los aciertos se cometen y los errores avisan y tú eres un acierto que me enseña como un error. Y por cometernos, aprendemos. Aprendemos que no hay mejor sentimiento que el saber que, en realidad, significas algo para alguien.